No se cómo me las arreglo para inventar títulos cada vez más absurdos en los post. (¿Se puede poner post en singular para referirnos a un plural?). No lo se. Repito: no se cómo me las arreglo para inventar títulos cada vez más absurdos en las entradas -del blog-.
La cuestión no es cómo se llame sino por qué.
El viernes me tumbé por primera vez en la hierba de este año, algo húmeda, algo áspera, algo mezclada con piedras y tierra, pero hierba al fin y al cabo. Me quedé embobada mirando hacia arriba, hacía meses que no veía un cielo tan azul, o de un azul tan extraño mejor dicho. No era un azul cómo todo el mundo lo imagina cuando hablas del cielo, pero era perfecto: un poco tirando a gris. Como yo. El caso es que en ese momento me inundó por completo el ansia irrefenable de quedarme allí tirada para siempre -o al menos durante aquella tarde-, y no tener nada más de lo que ocuparme que no fuera aquel extraño azul.
No se si fue el color lo que me dejó ciegas las neuronas o lo que pensé mientras discernía que nombre ponerle a aquella tonalidad atmosférica, pero me ha causado trastornos irreversibles: no dejo de soñar cosas extrañas. Demasiadas. Y demasido extrañas.
Es por eso que ahora, a domingo, y de nuevo en Madrid con una agradable -pero extraña- sensación de estar 'en casa', intento encajar las piezas de un puzzle que se que un día dejé a medias y que por más que lo intento, no logro encontrar las piezas que faltan.
1:07
BSO The Killers.
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