miércoles, 20 de mayo de 2009

Orillas

Un paseo por Identidades Asesinas, de Amin Maalouf (un dios particular).

¿Cuándo somos lo que somos? Tan solo con perder una parte nuestra, tan solo con una pequeña parte, por ínfima que sea, nosotros ya no somos nosotros, y debe ser a eso a lo que responde Maalouf cuando le preguntan si es más francés o más libanés y contesta que los dos.

Tiene razón, yo siempre he creído que uno es todo lo que tiene, no solo lo bueno, no solo lo malo, sino todo en su conjunto, porque todas las experiencias ya vividas, todas las heridas sufridas, todas las risas compartidas e incluso todo aquello con lo que soñamos para el después son parte de nosotros. Todo eso es uno mismo.
Afirman algunos que la vida consiste en mirar hacia delante, cortar lazos que ‘creemos’ ya no nos unen, como dice el poema, la canción o el refrán – ya no recuerdo que es de tan manido como ha acabado- “cuando cierras una ventana, otra puerta se abre”.

No, no se trata de cortar, dejar, negar, abandonar…se trata de acumular, de reunir, de combinar, de asumir. ¿El qué? Todo, todo lo que hemos tenido, todo lo que somos, todo lo que queremos ser.
¿Quién se es sino todos los tiempos verbales reunidos? Sí, Maalouf tiene razón, no somos compartimentos, no poseemos dos identidades.

“Deje el hombre a un lado la coherencia, la lógica, la racionalidad. Aparezca el humano por el que merece la pena luchar, vivir, seguir. Deje el hombre a un lado sus convicciones únicas, su nacionalidad, su pertenencia a algo, su dominio, y aparezca el humano por el que merece la pena luchar, vivir, seguir.”

El estúpido afán del hombre por consignar en una palabra todo lo que se es, lleva al que aún podría ser humano en toda su plenitud a decantarse por una nacionalidad, por una etnia, por una religión, por una PALABRA. Y entonces jirones de nosotros mismos van quedándose esparcidos por el camino. Y ya no somos más quiénes éramos.

Dice Maalouf que quizás parezca que es demasiado simplista, demasiado elemental en sus palabras, y que si así es, es porque ha ‘tratado de reflexionar con la máxima serenidad, paciencia y lealtad que le han sido posible’.
¿De qué otra manera puede hablarse de lo que no entendemos si no es desde lo más básico que poseemos? Las cosas son como son, y ningún término maquillado –acción preventiva, por ejemplo-, puede sustituir la realidad –invasión-.

Precisamente nuestra identidad es lo que nos hace únicos, por tanto insustituibles, por tanto incomparables, por tanto diferentes; pertenecer a cualquier grupo o asociación, cualquiera, es una unión, pero no una exclusión.

No somos lo último que hemos sido, o han decidido que seamos, ni lo primero que fuimos. ¿Qué somos entonces? Aquello que sintamos. Aquello que creamos.

Por eso si a mí me hubieran preguntado años antes, años después, lo que a aquel hombre musulmán, yugoslavo, bosnio o lo que fuera habría detenido a mi interlocutor durante minutos, probablemente horas para explicarle quien soy. Quizás y solo quizás, el habría entendido quien soy. O quizás, lo más probable, hubiera pensado que era una desquiciada que no sabe responder con una palabra, un nombre, una frase corta.
En ese caso yo habría tenido la seguridad de que es él quien no sabe quién es.
En este contexto, hoy, en este mundo, la amenaza sobre quienes somos tal vez haga salir del interior lo que realmente sentimos, lo que de verdad importa, y eso es algo sin documentos, sin número de afiliación, sin color, sin himno, sin nombre.

Hacer un examen de identidad, no es, exactamente como dice Maalouf, buscar una única pieza indivisible, sino todo lo contrario: hacer una lista de todo aquello que nos pertenece y a lo que pertenecemos y mezclarlo en un mismo lugar.

No todo el mundo tiene la suerte de poseer unOs orígenes como los del escritor – porque si así fuera supongo que los conflictos internacionales no se sucederían – sin embargo todos venimos de diversos lugares, todos hemos ‘nacido’ más de una vez, en algún sitio diferente; todos nuestras influencias no son las mismas. Cuantas más tenemos con más gente compartimos un lazo. Al reunirlas todas, más nos diferenciamos.
‘Gracias a cada una de mis pertenencias estoy unido a muchos de mis semejantes. Gracias a cada una de mis pertenencias tengo mi propia identidad’.

El mundo se compone de semejanzas y a la vez de diferencias, pero sin embargo el mundo, aquellos que lo componen, aquellos que lo componemos, tendemos a unir y a clasificar en un mismo nombre a grupos de personas que realmente nada tienen que ver entre sí, o acaso ¿todos los judíos son usureros? ¿O todos los españoles dormimos la siesta y comemos jamón? La verdad es que no, y como generalizar siempre es equivocarse de esa equivocación salen convicciones profundas y erróneas que hacen que las diferencias, obvias y necesarias, se conviertan en obstáculos insalvables.

La identidad no viene con nosotros la primera vez que respiramos, quizás algunos elementos, pero desde luego no los determinantes, no aquellos por los que luego hay que luchar.

Sí, es cierto, el sexo, el color… pero ni siquiera la perspectiva de esos elementos es la misma para unos que para otros y menos aún en unas u otras latitudes.

Maalouf sugiere un experimento, que por otro lado se ha dado miles de veces en el mundo: sacar a un recién nacido de su entorno y dejarlo crecer en otro completamente distinto. ¿Quién sería ese recién nacido a lo largo de su vida? NO SABRÍA NADA DE SU ORIGEN, DE SU LENGUA MATERNA, DE SU PAÍS…

¿Cuántos niños judíos no fueron sacados de la Alemania nazi sin intuir siquiera la guerra que un día se libró? ¿Cuántas niñas chinas no han sido adoptadas sin llegar a imaginar el destino que les hubiera esperado de haberse quedado en ‘su’ país? ¿Cuántos bebés de madres drogodependientes no han sido dados en orfanatos sin que nunca más les haya rozado la pobreza, la droga, los conflictos callejeros?

Entonces ¿qué es la identidad? El entorno, el contexto, los demás, los que quieren que seamos igual a ellos y los que quieren apartarnos de su camino.

Pero es uno mismo, en su propio camino, quien debe ir cogiendo la ruta que más se ajuste a lo que cree. ‘Había dos caminos, yo tomé el menos transitado’. De nada valdrán entonces los atajos, porque el camino ha de ser recorrido inexorablemente.

Lo que se nos enseña, como se nos modela, las envidias que se nos inspiran, los miedos, los rencores…somos más las heridas que cualquier otra cosa, porque aquel que ha sufrido nunca lo olvida y aquel que tenga en su interior más cicatrices que caricias siempre responderá ante las desigualdades con ese odio que supuran las heridas incomprensibles.

Ese odio se comparte, es cierto, y une mucho, más quizás que cualquier otro lazo menos atacado. Y compartido el sentimiento aumenta, crece, se desborda y entonces se pierde el control y quien pierde el control de la situación pierde el dominio de sí mismo y eso lleva a lo que llamamos locura.

Sí, para cualquiera que no esté en una situación como la guerra, quien empuña un arma para matar a un semejante es un loco. ¿Pero a qué llamamos loco? Al que no actúa, piensa o es como nosotros. Entonces no, no es un loco. Un desequilibrado tal vez, porque ha perdido el equilibrio que da el saber cuáles son las cosas importantes de la vida, cuales merecen la pena, por cuales se debe luchar.

Esa pérdida de razón la da el miedo, la frustración, la ira, pero sobre todo el miedo. ¿Sería yo capaz de matar a alguien si estuviera amenazando a uno de mis hermanos, a mi madre, a algún ser querido? Me lo he preguntado muchas veces y la respuesta es si.

Cuando nos domina esta ira, cuando la identidad se convierte en asesina, dejamos de ver el mundo en su conjunto y es en ese momento cuando nos convertimos en solo una parte de lo que somos.

Entonces empezamos a ser ‘nosotros’ y los demás ‘ellos’, pero cuando nos concebimos como el todo en su conjunto, vemos que el que está a nuestro lado no es tan igual a nosotros ni el que está enfrente es tan diferente.

Si no somos capaces de ver esto, irremediablemente caeremos del lado del ‘nosotros’ y el ‘ellos’ y en nombre de esos pronombres se han cometido las mayores atrocidades.

Añadiendo, además, que el papel del observador aquí suele entrar en el juego de ver victimas y verdugos y a menudo los papeles son intercambiables, y no solo eso, sino que la naturalidad de estos sucesos ha sido dada como inevitable a lo largo de los siglos.

¿Qué algo ocurra habitualmente significa que es correcto? Obviamente no, como tampoco lo es la rapidez con la que han cambiado los esquemas mentales a nivel internacional sobre los conflictos.

Demasiada rapidez para tan poca reflexión.

La cuestión es si incluso aquellos que están dentro de sí mismos divididos han sabido reaccionar. En este caso la respuesta es no.

Las palabras de Maalouf son las de un migrante, las mías en parte también; aunque no lo son por ejemplo los de mi abuelo materno y aún así él se siente extraño en la tierra que le vio nacer y de la que jamás se ha apartado.

Cuando llegas a un lugar es porque previamente has tenido que abandonar otro e inevitablemente sientes tres cosas: alivio, culpabilidad y nostalgia hacia el lugar que dejas.

Y otros tres hacia el lugar al que llegas: esperanza, recelo e inseguridad. Se deben reunir esos seis sentimientos para conseguir ser uno mismo en un lugar desconocido y no por ello encerrarse en esa persona que ya no se es.

Para aceptar hay que conocer, para rechazar también. La reciprocidad es necesaria para toda relación, cuanto más a estos niveles.


10:57
BSO Stereophonics.

martes, 5 de mayo de 2009

Varias cosas a la vez

Hoy he intentado hacer varias cosas a la vez.
Leer mientras escuchaba una película.
Intentar ver una película mientras tomaba notas.
Hacer el esfuerzo por entender el inglés de una pelicula mientras leía los subtítulos, también en inglés.

Nada ha tenido resultado: no he terminado el libro, no he visto la película, ni entendí todo el inglés ni descifré los subtítulos.
La conclusión no es que las mujeres no podamos hacer dos cosas a la vez, es simplemente, que durante el transcurso de una acción de poco interés si hay otra que interfiere con un interés bastante más elevado, nuestra conciencia hará que no dejemos la primera por la segunda pero nuestro sentido común -sí, sentido común- nos llevará a la segunda.

El caso es que hace algo más de un mes que no me he pasado por aquí, aunque he descubierto que hay ciertos ojos que sí, a pesar de que yo no he estado.

Así pues, mañana, y en diversos capítulos dejaré caer por aquí tres cosas que he descubierto en este mes y cinco días:
1. Correr debajo de la lluvia me produce ataques de risa.
2. Odio a las señoras impertinentes y me permito hacerlo público.
3. Los guisantes pueden aparecer en las bañeras.


23:44
BSO Joe Cocker, With a help from my friends.